Jamás imaginé que sería tan doloroso. Luego de un año y tres meses me tocó dormir la primera noche sin Eduardo, mi hijo, y la verdad, fue un momento que no olvidaré por todo lo que sentí.
Quienes conocen mi historia saben que Eduardo es mi compañero, pues su papá trabaja en Puerto La Cruz y nosotros vivimos en Puerto Ordaz.
Mi hijo está conmigo día y noche, somos un equipo, en resumen, nos entendemos super bien.
Por cuestiones de trabajo me quedé a dormir fuera de casa y lo hice porque gracias a Dios mi mamá nos visitaba esa semana y, como el bebé no estaba asistiendo a la guardería, nadie mejor que ella para cuidarlo esa noche.
Pero cuando tuve que decidir quedarme en Chaguaramas en uno de los campamentos de la empresa, lo confieso, no pude parar de llorar.
No me da vergüenza, lloré mucho. Lo único que hacía era recordar las travesuras del gordito. Aunque estaba con su abuela, era inevitable. Quería saber qué estaba haciendo, si había comido, si estaba tranquilo, etc.
Afortunadamente tengo un hijo que no da guerra. Durmió temprano como de costumbre, comió sin problema y cuando llegué al otro día me abrazó, ví su sonrisa tierna y comprendí como se siente Orlando -su papá- cada noche cuando no lo puede tener con él al regresar del trabajo y la emoción al verlo cada quince días.
Ser padres es una bendición. Toda una experiencia de vida.