Un día en la oficina, a propósito del Día del Padre, pregunté:
- ¿Por qué si le organizan fiestas a las madres en las empresas no hacen lo mismo con los trabajadores que son padres?
Alguien me respondió:
- Porque no. Madre hay una sola, padre es cualquiera.
Qué razones tendría para contestar así esa persona a mi inquietud, no lo sé. Lo único que puedo decir es que me incomodó tanto el comentario que hoy, cuando se acerca nuevamente la fecha, no puedo dejar de reflexionar al respecto.
Desde que tengo uso de razón, mi padre ha sido un ejemplo a seguir. Nunca me faltó, ni siquiera en las noches aquellas que para mí eran terribles, cuando las pesadillas me hacían despertar asustada.
Hay una gran verdad. Muchos hombres le sacan el pecho a la paternidad, pero no es justo que por uno paguen todos, pues siempre Dios les da una segunda oportunidad y hay quienes enmiendan sus errores y se convierten en los mejores padres del mundo.
Del padre que me tocó no me puedo quejar. Son tantos los recuerdos que tengo de él en mi infancia que no podría compartirlos todos con ustedes.
Ojo, aún lo disfruto, pues está vivito y coleando, es el mejor hombre que ha pasado por mi vida. Me enseñó a leer y escribir. Insistió para que memorizara las tablas de sumar, restar y multiplicar, nunca me negó un juguete, cada cumpleaños me regalaba la muñeca de la temporada y, al dejar de ser niña, cada 25 de agosto me regalaba un poema.
Recuerdo la primera frase del acróstico que me dedicó una vez: “Joven, simpática niña que juegas en mi pensar…”
Mi padre es todo para mí. Me siento muy orgullosa de él, al punto que cada vez que puedo cuento la anécdota de cómo me enseñó a tomar dictados…
… Todas las noches, él escuchaba los temas de su intérprete favorito: José Luis Rodríguez “El Puma”. Entonces, para aprenderse las canciones, me pedía que lo acompañara y que buscara el cuaderno y el lápiz. En cada frase, paraba la cinta y yo copiaba la letra. Al día siguiente, mi papá, en su trabajo, pasaba mi dictado a máquina, lo ponía bonito y al llegar a casa, encendía de nuevo la radio, ponía su cassette y comenzaba a cantar. Es un episodio de nuestras vidas que nunca olvidaré.
Como tampoco podré borrar de mi mente los paseos a la Plaza Bolívar, el recorrido Plaza Venezuela – Chacaíto, los Caracas-Magallanes en el estadio, los clásicos Simón Bolívar y el caballo Volantín, los domingos en casa del Nono, y muchos momentos más.
Es que ya siendo una mujer con marido y todo, mi papá insistía en que me tomara una “sopa de pollo con bastante apio y auyama” cuando me recuperaba de la pérdida de mi primer hijo.
¡Que satisfacción siento no sólo por ser su hija mayor, sino la primera en darle un nieto! Ahora mi papá es abuelo y es más cariñoso que cuando nos consentía a mí y a mis hermanos.
Verlo contento, renovado, con la llegada de Eduardo José, es uno de los mejores regalos que he recibido. Dios le de vida suficiente para que sea cómplice de mi hijo, así como fue con nosotros, para que lo enseñe a jugar pelota, para que le siga cantando la canción del lobo y lo arrulle cuando sienta miedo.
Gracias Papá.
1 comentario:
Muy linda tu historia amiga!! por allá en mi blog te he dejado un regalito... un meme, creo que sería el primero par tu blog, espero lo disfrutes!!! ah!!! el martes grabo....
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