Ya me estaba acostumbrando a estar la mayor parte del tiempo sola con eduardito, que no me había dado cuenta lo importante que es para un niño tener a su padre al lado, acompañándolo en su desarrollo.
Durante dos años Eduardo y Orlando se vieron los fines de semana, cada quince días. Uno que otro día feriado, algunas semanas cuando coincidíamos en temporadas de vacaciones, pero nada más.
Ahora que Orlando está en Puerto Ordaz, la relación entre padre e hijo es de absoluta complicidad; con sus ventajas y desventajas para los tres.
Sin lugar a dudas, el primer favorecido con esta situación es el niño. El gordito estaba comenzando a hablar y ahora es un loro. Además, tiene un compañero para todo.
El niño se duerme con su padre, come sin problemas, ahora es más activo; sonríe, corre, grita, brinca, baila. Eso nos agrada porque vemos como eduardito crece más sano en los aspectos físico y psicológico.
Desde que estamos los tres en casa nos sentimos más familia. Estamos en ese proceso de adaptarnos a convivir juntos. Contrario a lo que pensaba, el compartir el día a día ha sido interesante.
Ver a Orlando derretirse por cada ocurrencia de Eduardo es algo indescriptible. Lo que para mí ya era algo normal, para él significa ir descubriendo la personalidad de su hijo.
Padre e hijo se entienden de una manera increíble… Ya no me preocupa tanto el hecho de no tener quien cuide al niño si debo trabajar hasta tarde; pues ahí está su papá, dispuesto a atenderle, sin importarle siquiera cambiarle los pañales, bañarlo y ver Discovery Kids por más de dos horas, porque a Orlando también le gusta Lazy Town.
Además de su madre, los niños también necesitan a su lado la figura paterna. Sentirse en un hogar estable les permite a nuestros hijos un mejor desarrollo: les aporta seguridad, confianza; crecen alegres que, en definitiva, es lo que todos los padres queremos para ellos: toda la felicidad posible.
Durante dos años Eduardo y Orlando se vieron los fines de semana, cada quince días. Uno que otro día feriado, algunas semanas cuando coincidíamos en temporadas de vacaciones, pero nada más.
Ahora que Orlando está en Puerto Ordaz, la relación entre padre e hijo es de absoluta complicidad; con sus ventajas y desventajas para los tres.
Sin lugar a dudas, el primer favorecido con esta situación es el niño. El gordito estaba comenzando a hablar y ahora es un loro. Además, tiene un compañero para todo.
El niño se duerme con su padre, come sin problemas, ahora es más activo; sonríe, corre, grita, brinca, baila. Eso nos agrada porque vemos como eduardito crece más sano en los aspectos físico y psicológico.
Desde que estamos los tres en casa nos sentimos más familia. Estamos en ese proceso de adaptarnos a convivir juntos. Contrario a lo que pensaba, el compartir el día a día ha sido interesante.
Ver a Orlando derretirse por cada ocurrencia de Eduardo es algo indescriptible. Lo que para mí ya era algo normal, para él significa ir descubriendo la personalidad de su hijo.
Padre e hijo se entienden de una manera increíble… Ya no me preocupa tanto el hecho de no tener quien cuide al niño si debo trabajar hasta tarde; pues ahí está su papá, dispuesto a atenderle, sin importarle siquiera cambiarle los pañales, bañarlo y ver Discovery Kids por más de dos horas, porque a Orlando también le gusta Lazy Town.
Además de su madre, los niños también necesitan a su lado la figura paterna. Sentirse en un hogar estable les permite a nuestros hijos un mejor desarrollo: les aporta seguridad, confianza; crecen alegres que, en definitiva, es lo que todos los padres queremos para ellos: toda la felicidad posible.
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